martes, 29 de enero de 2013

Con vistas al mar.

Nunca fuimos como los demás. A ti te gustaba ser especial, y a mí me bastaba con ser diferente. Pero eso no significa que no nos quisiéramos, lo hacíamos, incluso de una manera tan fuerte que dolía.

Nos gustaba discutir por el simple hecho de que cuando estás enfadado dices más verdades que nunca.

Tampoco nos despedíamos, donde esté un te quiero que se quite un adiós. Aunque quizás halla sido eso lo que más me ha dolido, que te hallas ido sin despedirte.

Y  no nos iban las promesas, preferíamos escribir una lista de cosas que no se podían hacer, y luego hacerlas. 

Nuestro único enemigo era el destino, que a pesar de no creer en él, sabíamos que era un cabrón y nos iba a acabar separando.

Pero mientras tanto, íbamos a nuestro aire. 

Adoraba los domingos tanto como tú me adorabas a mí. Porque en el último día de la semana, era cuando más cariñoso estabas, porque sabías que me volvías loca al darme un beso en la nariz y acariciarme el pelo.

Menos mal que no nos prometimos un siempre, porque nunca lo íbamos a poder cumplir. Y no sería por el empeño que le ponía yo, sino por lo mucho que te gustaba a ti eso de mirarles el culo a otras, con la excusa de que lo hacías para ponerme celosa.

Una cosa más en la que nunca estábamos de acuerdo era en el lugar en el que viviríamos juntos. Yo quería una casa con vistas al mar (me recordaba a tus ojos), y tú  preferías un piso en la ciudad (decías que te gustaba el caos del tráfico, pues se parecía a mí antes de que me enamoraras). 

Y bien, nuestro orgullo o lo que tú llamabas ser fuerte nos hizo ganar a los dos la batalla de elegir nuestra casa ideal, aunque nos hizo perder muchas más. 

Espero que desde tu ventana se oiga el ruido de los coches y me recuerdes, pues yo me paso el día mirando al mar y viendo tus ojos reflejados en él.


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